miércoles, 15 de julio de 2009

VISIÓN DEL P. HURTADO SOBRE LA AC y LA ACCIÓN POLÍTICA

La siguiente Carta Circular expresa claramente los criterios del Padre Hurtado respecto a la actividad política, que son los que respaldaron su actitud en esta materia1. Él mantuvo una línea de independencia partidista, al mismo tiempo que alentaba a todos para que contribuyeran activamente al bien social (“la gran política”). Ésta sería una de las causas de su alejamiento definitivo de la AC, porque muchos no pudieron aceptar que él no favoreciera la unidad de los católicos en el Partido Conservador.
DIRECTIVAS DEL CONSEJO NACIONAL DE LA JUVENTUD CATÓLICA SOBRE ACCIÓN CATÓLICA Y ACCIÓN POLÍTICA. Carta circular. Diciembre de 1941.
Extractos.
El Consejo Nacional de la Juventud Católica para realizar la labor de formación de sus militantes ha creído del caso recordarles en diversas ocasiones los principios básicos que deben orientar su vida interior y su actividad, especialmente aquéllos que ofrecen mayor dificultad (…) Uno de estos puntos de formación que requieren ser más cuidadosamente aclarados es el de las relaciones y distinciones entre la AC y la Acción Política (…)
La AC y la gran política
¿Qué es política? Sin cesar distingue la Iglesia dos conceptos: la gran política o política de bien común y la política de partidos.
La gran política consiste en la colaboración al bien común subordinando a éste los intereses particulares, asegurando así la prosperidad pública (…) La gran política forma parte de la ética general, es decir, promueve y defiende la santidad de la familia y de la educación, los derechos de Dios y de las conciencias.
La Iglesia considera la participación en esta política “como un deber de justicia y de caridad cristiana” y se esfuerza porque sus hijos cooperen al bien público, ya en la administración, ya en el gobierno del Estado (…)
Un católico, por tanto, no puede desentenderse de la gran política, ni considerar como algo indigno de su fe en Cristo detenerse en los asuntos temporales, que son el campo propio de la política (…) “Al interesarse por la política realiza el católico sus más grandes deberes cristianos, ya que, mientras es más vasto e importante el campo en el cual se puede trabajar, más imperioso es el deber correspondiente. Y tal es el dominio de la política que mira a los intereses de la sociedad entera y que, bajo este aspecto, es el campo de la más amplia caridad, de la caridad política (…)” (Discurso de Pío XI a la Federación Universitaria Católica Italiana).
De aquí se deduce que contradice al sentir católico la escuela apolítica. “No cabe duda que debe ser reprobado el abstencionismo absoluto, en cuanto que la participación en la política constituye para los fieles, en el sentido ya expuesto, un deber verdadero y propio, fundado en la justicia legal y en la caridad” (Carta de S. E. el Cardenal Pacelli).
Fiel a este concepto, “la AC, sin hacer ella misma política, en el sentido estricto de la palabra, prepara a sus militantes a hacer una buena política” (…) Por esto “la AC no prohibirá a sus adherentes una participación tan amplia como sea posible en la vida pública; antes al contrario, ella los hará más aptos para llenar las funciones públicas gracias a una severa formación en la santidad de la vida y en el cumplimiento de sus deberes cristianos (…)” (Carta del Cardenal Bertram2).
Por esta razón los católicos que presiden o forman parte de la AC, como ciudadanos están obligados a usar su derecho de voto. “Faltarían gravemente a su deber si en la medida de sus posibilidades no contribuyesen a dirigir la política de su ciudad, de su provincia, de su nación, pues si permanecen ociosos, las riendas del gobierno caerán en manos de los que no ofrecen sino débiles perspectivas de salvación” (Peculiari quadam).
La AC y la política de partidos
Frente a la gran política hay que situar la política de partidos, es decir, la tendencia al bien común tal como la conciben diferentes “agrupaciones de ciudadanos que se proponen resolver las cuestiones económicas, políticas y sociales según sus propias escuelas e ideologías, las cuales, aunque no se aparten de la doctrina católica, pueden llegar a diferentes conclusiones” (Carta de S. E. el Cardenal Pacelli). “Es natural que la AC, lo mismo que la Iglesia esté por encima y fuera de todos los partidos políticos, ya que ella ha sido establecida, no para defender los intereses particulares de tal o cual grupo, sino para procurar el verdadero bien de las almas extendiendo lo más posible el Reino de Nuestro Señor Jesucristo en los individuos, las familias, la sociedad (…)” (Pío XI a la a la Federación Universitaria Católica Italiana) (…)
“En otras palabras, un partido político, aunque se proponga inspirarse en la doctrina de la Iglesia y defender sus derechos, no puede arrogarse la representación de todos los fieles, ya que su programa completo no podrá tener nunca un valor absoluto para todos, y sus actuaciones prácticas están sujetas al error. Es evidente que la Iglesia no podría vincularse a la actividad de un partido político sin comprometer su carácter sobrenatural y la universalidad de su misión” (Carta de S. E. el Cardenal Pacelli) (…)
Respecto a los partidos políticos la Santa Sede inculca a los obispos y sacerdotes que se abstengan de hacer propaganda en favor de un determinado partido político. Desea la Iglesia que se inculque a los ciudadanos “la gravísima obligación que les incumbe de trabajar siempre y en todas partes, también en la cosa pública, según el dictado de la conciencia, ante Dios, por el mayor bien de la Religión y de la Patria; pero de tal manera que, declarada la obligación general, el sacerdote no aparezca defendiendo a un partido más que a otro, a menos que alguno de ellos sea abiertamente contrario a la religión” (…)
“Es, sin embargo, obligación de todos los fieles, aunque militen en distintos partidos, no sólo observar siempre, hacia todos, y especialmente hacia sus hermanos en la fe, aquella caridad que es como el distintivo de los cristianos, sino también anteponer siempre los supremos intereses de la religión a los del partido, y estar siempre prontos a obedecer a sus pastores cuando, en circunstancias especiales, los llamen a unirse para la defensa de los principios superiores” (Carta de S. E. Cardenal Pacelli al Episcopado chileno).
La AC está fuera y por encima de los partidos políticos
(…) “La AC se levanta y se desarrolla por encima y fuera de todo partido político. No hace política de un partido ni es un partido político” (Discurso de Pío XI a la Federación de Hombres de la AC Italiana) (…)
Para salvaguardar hasta el fin esta separación de la AC con la política de un determinado partido, cualquiera que éste sea, que es lo que pretende dejar bien en claro la Santa Sede, ordena que, “si pareciere oportuno proporcionar a la juventud una especial y más alta instrucción en materia política, diferente de aquella formación general de la conciencia ciudadana, ella deberá ser dada, no en las sedes o reuniones de los socios de la AC sino en otro lugar, y por hombres que se distingan por la probidad de sus costumbres y por la integral y firme profesión de la doctrina católica; quedando además a salvo y claramente establecido el principio que en ningún modo es oportuno que la misma Jerarquía de la Iglesia forme e instruya asociaciones políticas de jóvenes, y sobre todo que ella dirija a los jóvenes católicos de tal suerte que éstos se inclinen a uno más que a otro de los partidos políticos, que den suficientes garantías para la conveniente defensa de la causa y derechos de la Iglesia” (Carta de S. E. el Cardenal Pacelli).
La AC debe abrir sus puertas a todos los católicos
(…) Este principio lo sienta claramente la Carta del Cardenal Pacelli al Episcopado chileno cuando afirma que “los jóvenes inscritos en las asociaciones de la AC pueden, como privados ciudadanos, adherirse a los partidos políticos que den garantías suficientes para la salvaguardia de los intereses religiosos. Traten, sin embargo, de cumplir siempre sus deberes de católicos, y no antepongan las conveniencias del partido a los superiores intereses y santos mandamientos de Dios y de la Iglesia”.
Esta misma doctrina ha sido ampliamente expuesta en carta autógrafa del Excelentísimo Señor Arzobispo de Santiago, de 14 de noviembre de 1941 (…):
“Debe enseñarse a los jóvenes que no hay oposición alguna entre ser militante de la AC y ser militante, y aun dirigente, de un partido político al cual, según las normas dadas por la Santa Sede, puedan pertenecer los católicos. Únicamente se ha declarado que, en general, no conviene que los dirigentes de AC sean a la vez dirigentes de partidos políticos. Y si pueden ser militantes, pueden actuar como tales en las asambleas de AC y de Juventud católica y aun hablar en ellas, siempre que no sea de política de partidos, sin que esto signifique en forma alguna que la AC esté unida o se confunda con la política de partidos, como un dirigente de sociedad comercial podría hablar como militante de Juventud o de AC, sin que por eso se tuviera la sociedad comercial que dirige como unida con la AC o confundida con ella. Esta actuación de un militante de AC que a la vez lo fuera de un partido político sólo significaría solidaridad con las opiniones políticas y odiosidades de partidos en el espíritu de aquellos que se empeñan en encontrar lo que no hay en tal actuación. La AC debe ser la casa común, como lo es la misma Iglesia Católica, de todos los católicos, cualquiera que sean sus opiniones sobre materias discutibles o contingentes. No se ha de pretender cerrar en la AC las puertas a los que no se las cierra la Santa Iglesia. En la AC es donde se ha de encontrar siempre, no sólo el ideal superior que ha de unir todos los corazones, sino también la sincera caridad que allanará para ello todas las dificultades”.
“No es conveniente restringir el movimiento de AC sólo a los jóvenes que no trabajen activamente en la política de partidos que están dentro de las normas señaladas por la Santa Iglesia para que los católicos puedan adherirse a ellos. Por el contrario (…) creemos yo [Monseñor José María Caro] y el Reverendísimo Asesor Nacional [Monseñor Augusto Salinas] que deben abrirse las puertas de la AC en la forma más amplia a todos los católicos (…)”.
Estas normas tan claras y precisas dadas a uno de nuestros Consejos por el Excelentísimo y Reverendísimo Señor Arzobispo de Santiago son la expresión más precisa del derecho que tiene la AC de llamar a sus filas a todos los católicos, cualquiera que sea su actividad y sus opiniones sobre puntos contingentes, siempre que estén dentro de las normas de nuestra Santa Madre Iglesia. Y puede la AC no sólo llamarlos a sus filas, sino también confiarles cuando lo creyere oportuno cualquier cargo con la única limitación de que no ocupen los puestos dirigentes de la AC los que a su vez sean dirigentes políticos; y esto por razones de oportunidad y prudencia.
Es indudable que la aplicación de este principio tan claro ha de pesarse con prudencia para evitar erróneas interpretaciones. La aplicación de este principio corresponde a las autoridades dirigentes de la AC. (…)
La independencia de la AC respecto a los partidos políticos queda más ampliamente garantida si ésta, en vez de cerrar sus puertas a los que trabajan activamente en política, se las abre generosamente a todos, sin preocuparse de cuál sea su color político dentro de las normas dadas por la Iglesia cristiana y preocupándose que ni directa ni indirectamente se vaya propagando partidos dentro de sus locales ni el campo de sus actividades (…)
La crisis de nuestra patria es de valores morales
No nos cansemos de inculcar a los jóvenes que se interesan generosamente por el bien de Chile, oportuna e inoportunamente, esta idea: que nada grande podrán hacer si primero no se transforman ellos mismos en cristianos integrales, en hombres que vivan plenamente a Cristo y que aspiren a vivir la vida como viviría Cristo si estuviera en su lugar. Mientras más aspira a dar, mientras más pretende uno que sea su influencia, más necesita recogerse interiormente y más honda ha de ser su formación. Comprendan los jóvenes que la mejor escuela de la política es la AC, de una política que no busque sus intereses, sino sinceramente los de la Patria, que son los de Cristo.
La gran crisis de nuestra nación es una crisis de valores morales; en otros términos, una crisis de cristianismo, y ésta no podrá ser solucionada sino por hombres que tengan la integridad de valores morales que dan una fe plenamente conocida y vivida en todas las circunstancias y momentos (…)
Alberto Hurtado, Asesor
William Thayer, Presidente
Sergio Lecannelier R., Secretario
RESPONSABILIDAD Y VIDA CIVICA
Un rasgo saliente "es la falta de responsabilidad que se echa de ver en nuestros días. La impresión general que deja ver la joven generación contemporánea es la de no tomar nada en serio, la de no cuidarse de guardar la palabra empeñada, de proseguir las obras comenzadas" (PE, p. 101).
"La vida cívica no es concebida en forma más consciente (...) Fascinada por los resultados inmediatos (la juventud) descuida una formación profesional seria y la adquisición de conocimientos sistemáticos de historia, sociología y demás ciencias que le capacitarían para ejercer una influencia profunda en lo porvenir (...) Prefiere sentirse masa, ser gobernada y dirigida dejando a otros el trabajo de pensar y de dirigir" (PE, p. 103).
ACCION POLITICA
"La política mira al bien común, está destinada a crear las instituciones de justicia social que traen el bien general" (HS, p. 180). La educación, el bienestar, la libertad, el respeto a la conciencia, la organización de la vida económica, la defensa de la patria, están sometidas a las leyes. Por lo tanto nadie puede desentenderse de ellas. Cada uno debe colaborar según sus posibilidades.
Desde la juventud se debe enseñar a privilegiar los intereses comunes sobre los partidistas. Hay que preocuparse de no profundizar los odios. El patriotismo debe ser pacífico. "La nación más que por sus fronteras se define por la misión que tiene que cumplir" (HS, p. 180). Hacerla crecer está en referencia a eso.
"Las revoluciones más que con fusiles se combaten con una justa renovación (...) Acabar con la miseria es imposible, pero luchar contra ella es deber sagrado" (HS, p. 181).
El país debe ver a sus políticos buscando los intereses de la nación y no los personales.
"La suerte de los otros países no puede ser extraña a quien tiene hondo sentido social y ha de propiciar en la medida de su influencia una política internacional justa" (HS, p. 182). Hay que defender todas las tratativas de comprensión internacional. La guerra debe evitarse en cuanto sea posible. Incluso hay que estar dispuestos a perder privilegios como nación si se ve que en virtud de la justicia y la caridad se puede beneficiar a otros países (p. 183).
La acción cívica es también un campo para ejercer el bien común: las habitaciones obreras, la lucha contra el alcoholismo y la tuberculosis, etc.
Lo mismo ocurre en el campo de la acción económico-social: la acción en los sindicatos, en las juntas de arbitraje, en la creación de cooperativas de crédito, etc.

Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de Río

TÍTULO IV : AUXILIARES DEL CLERO
Capítulo I: Apostolado de los laicos en general
La Conferencia General del Episcopado Latinoamericano:
42. Desea subrayar de manera especial, el papel tan importante que corresponde a los seglares en la realización de la obra salvífica encomendada por Jesucristo a la Iglesia: colaboración apostólica que se hace sentir con mayor urgencia en las regiones de América Latina, por la escasez de sacerdotes, el elevado número de fieles a ellos encomendados, la gran extensión de las demarcaciones parroquiales, y, por último, la dificultad de penetrar en ciertos ambientes 29 .
43. Juzga que para el mayor progreso de la colaboración del laicado católico en la acción apostólica en América Latina, es de suma importancia difundir cada vez más entre los fieles el exacto conocimiento de la posición de los seglares dentro del Cuerpo Místico de Cristo 30 , formando la conciencia de los fieles, de modo que se persuadan prácticamente que el apostolado aun siendo misión propia del sacerdote, no es exclusiva de él, sino que también les compete a ellos, por su mismo carácter de cristianos, siempre bajo la obediencia de los Obispos y de los Párrocos y dentro de las formas y oficios que no son privativos del ministerio sacerdotal 31 . Por tanto es necesario que tales principios sean oportunamente enseñados e inculcados desde el Seminario a los futuros sacerdotes, para que sepan aprovecharse, como conviene, de la preciosa ayuda que les puede venir de la colaboración de los laicos 32 .
44. Desea destacar que el tiempo y trabajo dedicados a la formación de seglares competentes para que colaboren con la Jerarquía Eclesiástica, están muy útilmente empleados; y recomienda con encarecimiento, que esta formación para el apostolado se comience a dar ya en la adolescencia y se intensifique en la juventud, proponiendo a la consideración de los jóvenes la grandeza del ideal de vivir, trabajar y luchar por Jesucristo.
45. Recuerda, finalmente, que el apostolado de los laicos no debe reducirse únicamente a colaborar con el sacerdote en el campo limitado de los actos de piedad, sino que, además de un esfuerzo continuo por conservar y defender íntegramente la fe católica, debe ser un apostolado misionero de conquista para la dilatación del reino de Cristo en todos los sectores y ambientes, y particularmente allí donde no pueda llegar la acción directa del sacerdote 33 .
Capítulo II: Diversas formas de Acción Católica y obras coordinadas
La Conferencia:
46. Expresa su profunda satisfacción al comprobar los frutos alcanzados en América Latina por las diversas organizaciones de Acción Católica, y manifiesta vivamente su deseo de que intensifiquen cada vez más su trabajo apostólico, tan necesario y al mismo tiempo tan grato al corazón del Santo Padre.
47. Reafirma, según el pensamiento de los Sumos Pontífices Pío XI y Pío XII, que la Acción Católica, como colaboración de los seglares en el apostolado jerárquico, constituye medio eficacísimo para la recristianización del pueblo y por lo tanto el cuidado de ella se ha de colocar entre los principales deberes del ministerio pastoral 34 .
48. Recomienda encarecidamente:
a) que se procure organizar e incrementar la Acción Católica en todas las parroquias de las Diócesis latinoamericanas, según los deseos del Santo Padre Pío XII 35 , y de acuerdo con lo que ya se ha decidido por la Jerarquía Eclesiástica;
b) que, atendida la importancia de la Acción Católica en la vida de la Iglesia, sean designados, tanto en el orden nacional como en el diocesano, algunos sacerdotes exclusivamente dedicados a ella y convenientemente preparados mediante cursos especiales y asambleas de estudio;
c) que los educadores católicos recuerden el deber que les incumbe de fundar y mantener vivos en sus establecimientos, centros de Acción Católica; preocupándose de formar en ellos buenos militantes y capacitados dirigentes del apostolado seglar 36 ;
d) que los Superiores y miembros de las Órdenes y Congregaciones religiosas e Institutos seculares procuren favorecer eficazmente la organización y progreso de la Acción Católica en los diversos Países 37 .
49. Recomienda que, en cuanto sea posible, a efectos del apostolado externo, todas las Asociaciones católicas —ya sean las que por «sus reglas, su naturaleza, su fin, sus designios y hechos» 38 han de considerarse «pleno iure» como Acción Católica, ya sean otras adheridas o auxiliares— se coordinen parroquial, diocesana y nacionalmente con los respectivos organismos del ordenamiento príncipe, la «Acción Católica», para la unidad y la eficacia de la actividad común de apostolado, manteniendo sin embargo cada una de las asociaciones sus propias características 39 .
50. Aprueba y alaba los esfuerzos realizados por el Secretariado Interamericano de Acción Católica; ve con agrado las «Semanas de Estudio» ya celebradas, que proporcionan la oportunidad de un trabajo coordinado; y, a la vista de los halagüeños resultados obtenidos, desea que se intensifiquen estos encuentros y se les preste el apoyo que por su utilidad e importancia merecen.
Capítulo III: Apostolado social y responsabilidad del cristiano en la vida cívico-política
51. La Conferencia:
a) recomienda de una manera peculiar a los miembros de organizaciones de Acción Católica que estudien y difundan los principios cristianos y las orientaciones pontificias sobre los problemas sociales, económicos y políticos, con el fin de ayudar eficazmente a formar la conciencia del pueblo en estos aspectos tan importantes de la doctrina de la Iglesia;
b) hace votos a fin de que la Acción Católica sepa descubrir y suscitar entre sus militantes, verdaderas vocaciones a las actividades sociales y cívicas, y estimularlas a una óptima capacitación, no sólo científica y técnica sino también práctica, para dichas tareas tan importantes para el bien común;
c) exhorta muy encarecidamente a que la Acción Católica promueva asociaciones y obras para la solución de los problemas sociales que hoy día más apremian en los Países Latinoamericanos.
Capítulo IV: Otros auxiliares del clero
52. La Conferencia, recordando los servicios prestados a la Iglesia por otras formas de auxiliares del Clero, como en particular los «doctrineros» y otros similares colaboradores a la acción del Sacerdote, recomienda que se les agrupe en organizaciones adecuadas para proporcionarles una mejor formación y una orientación más acorde con las directrices del apostolado seglar moderno, relacionándolas con la Acción Católica.
29
Cf. Carta Vos Argentinae Episcopos de Su Santidad Pío XI al Episcopado Argentino (4 de dicimembre de 1930), en Colección de Encíclicas y documentos pontificios, IV ed., Madrid 1955, pp. 1078-1082; Carta Observantissimas litteras de Su Santidad Pío XI al Episcopado de Colombia (14 de febrero de 1934), en la citada Colección, pp. 1111-1115; Carta Quamvis Nostra de Su Santidad Pío XI al Episcopado del Brasil (27 de octubre de 1935), en la citada Colección, pp. 1118-1122; Carta Firmissimam constantiam de Su Santidad Pío XI al Episcopado Mejicano (28 de marzo de 1937), en la citada Colección, pp. 1125-1134.
30
Cf. Carta Encíclica Mystici Corporis Christi de Su Santidad Pío XII: A.A.S., XXXV (1943), pp. 193-248, en particular, 212-217.
31
Cf. Discurso de Su Santidad Pío XII con motivo de la creación de nuevos Cardenales: A.A.S., XXXVII (1946), p. 149.
32
Cf. Carta Observantissimas litteras de Su Santidad Pío XI al Excmo. Episcopado de Colombia, l. c., p. 1113: «Para esta tarea de formar a los jóvenes en la sana doctrina, es absolutamente indispensable preparar, ya desde los últimos años del seminario, sacerdotes que conozcan a fondo la naturaleza propia de la Acción Católica y sus fines peculiares».
33
Discurso de Su Santidad Pío XII a los delegados de la Acción Católica Italiana: A.A.S., XXXXIII (1951), p. 377: «La actividad de la Acción Católica se extiende a todo el campo religioso y social, es decir, hasta donde llega la misión y la obra de la Iglesia».
34
Carta del Emmo. Card. Eugenio Pacelli, Secretario de Estado de S.S. a los Superiores Religiosos (15 de marzo de 1936): «...Como una de las tareas más meritorias de los religiosos es la predicación al clero, especialmente en los Ejercicios Espirituales, así, mejor preparados, podrán inculcar con mayor competencia y autoridad, juntamente con el cumplimiento de los demás deberes sacerdotales, también el de la Acción Católica, que el Padre Santo, desde su primera encíclica ha declarado que está in praecipuis sacri pastoris officiis» (Colección de Encíclicas y documentos pontificios, IV ed., Madrid, 1955, p. 1123).
35
Cf. la Exhortación Apostólica de Su Santidad Pío XII a los Excmos. Ordinarios de Italia: A.A.S., XXXXII (1950), pp. 247-250): «Creemos Nos deber de Nuestro ministerio apostólico el invitar una vez más, con paternal insistencia, al clero que tiene cura de almas para que en todas las parroquias desde las perdidas en los campos o sobre los montes, hasta las de los grandes centros urbanos, se establezcan las cuatro Asociaciones fundamentales de Acción Católica: la Juventud masculina y la Juventud femenina, la Unión de hombres y la Unión de mujeres. A este Nuestro deseo añadimos otro: el de que no falten en ninguna Diócesis las Asociaciones Universitarias y los dos Movimientos de los Laureados y de los Maestros».
36
Carta Observantissimas litteras de Su Santidad Pío XI, al Excmo. Episcopado de Colombia, l. c., p. 1115: «...Conviene que la Acción Católica llegue a florecer no sólo en las Universidades y en las escuelas secundarias, sino también en toda clase de escuelas para que, ya en ellas, los adolescentes se vayan instruyendo, encaminando o preparando para la Acción Católica, a la cual más tarde darán su nombre en las Asociaciones Superiores; todo lo cual, en verdad, contribuirá grandemente a su mejor formación cristiana»; Carta del Emmo. Card. Eugenio Pacelli, Secretario de Estado de Su Santidad, a los Superiores Religiosos, (15 de marzo de 1936): «El Augusto Pontífice ha insistido en declarar, en diversas circunstancias, que la formación en el espíritu de apostolado, propio de la Acción Católica, constituye un elemento esencial de la educación en estos nuevos tiempos, una segura defensa de la vida cristiana... Un educador prudente no puede olvidarlo; de lo contrario, restringiría los horizontes de bien que deben abrirse en el ánimo generoso de los jóvenes, privaría a la Iglesia de preciosas ayudas y difícilmente alcanzaría todos los fines de una verdadera educación cristiana» (l. c., pp. 1122-1123).
37
Carta de la Sagrada Congregación de Religiosos a los Superiores y Superioras de Ordenes y Congregaciones Religiosas (2 de febrero de 1947) sobre la cooperación de los Religiosos a la Acción Católica, en Colección de Encíclicas y documentos pontificios, IV ed., Madrid, 1955, l. c., pp. 1213-1215.
38
Vease la Constitución Apostólica Bis saeculari relativa a las Congregaciones Marianas: A.A.S., XXXX (1948), pp. 393-402.
39
Cf. Discurso de Su Santidad Pío XII a los Delegados diocesanos de la Acción Católica Italiana: A.A.S., XXXII (1940), pp. 362-372: «Honra será de amoroso y amistoso afecto, si reina también la unión entre los miembros de la Acción Católica y los de las otras Asociaciones. La organización de la Acción Católica Italiana, aunque sea el ordenamiento príncipe de los católicos militantes, admite, sin embargo, junto a sí a otras Asociaciones dependientes también de la autoridad eclesiástica, algunas de las cuales al tener también fines y normas de apostolado, bien pueden llamarse colaboradoras del apostolado jerárquico»: l. c., pp. 368-369.

Del catolicismo social al cato-socialismo: historia de un desvío

Este año se cumplen 60 años de la publicación del primer libro del Profesor Plinio Corrêa de OliveiraEn Defensa de la Acción Católica” (1943) y 10 de su última obra “Nobleza y Elites tradicionales análogas“. Estas publicaciones constituyen un resumen de una vida: el primero es un grito en defensa de la Iglesia y, el segundo, en defensa de la Civilización Cristiana.
Los errores denunciados por Plinio Corrêa de Oliveira en su obra “En Defensa de la Acción Católica” provenían de dos corrientes distintas pero entrecruzadas: una corriente de activismo socio-político izquierdista que, nacida como componente del “catolicismo social“, dio vida al “catolicismo democrático“ del cual salió el “cato-comunismo“(o cristianos para el socialismo); y una corriente filosófico-teológica que, conocida como “catolicismo liberal“, dio origen al “modernismo“ del cual salió la llamada “nouvelle théologie“.
”Mirando a mi alrededor estoy obligado a admitir que la corriente modernista está destruida, sus fuerzas estan por ahora agotadas. Debemos esperar el tiempo en que, por medio de un trabajo silencioso y secreto, habremos conseguido transbordar a la causa de la libertad una más amplia parte de los fieles“. Así se lamentaba el jesuita inglés George Tyrrel (1861-1909) después de la condenación de la herejía modernista. [1]
El Modernismo
Incubado en ambientes intelectuales de “vanguardia” bajo formas variadas y no siempre de acuerdo entre ellas, hacia fines del siglo XIX, el Modernismo quería producir profundas reformas en la doctrina y en la estructura de la Iglesia, con el pretexto de adaptarla al “espíritu de los tiempos“. Según Alfred Loisy (1857-1940), principal exponente de la corriente, “los modernistas forman un grupo bastante definido de hombres de pensamiento, unidos por el común deseo de adaptar el catolicismo a las necesidades intelectuales, morales y sociales de nuestros días“. [2] Especificando la magnitud de esta adaptación, afirmaba que el objetivo era “cambiar la Iglesia, su constitución, su doctrina y sus ritos“[3]
La adaptación querida por los modernistas no era de hecho ni superficial ni saludable. Esta habría alcanzado los mismos fundamentos de la Iglesia, comportando en la práctica su destrucción: “¡El viejo edificio eclesiástico deberá derrumbarse!”, proclamaba Loisy.[4] La misión de los modernistas, según Tyrell, era de “golpear y golpear la vieja carcasa de la Iglesia Romana“.[5] Por esto, en el acto de condenarla, San Pío X definió esta corriente como “la síntesis de todas las herejías“, especificando además: “si alguien se hubiera propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han hecho los modernistas [Los modernistas] han aplicado la segur, no a las ramas, ni tampoco a débiles retoños, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas“.[6]
En Italia el movimiento modernista formó un grupo restringido entre intelectuales y sacerdotes como Tomás Gallarati Scotti, Stefano Jacini, Alessandro Casati, Antonio Fogazzaro, Giovanni Selva, Salvatore Minocchi, Giovanni Semeria e Giovanni Genocchi. Mayor interés tienen Ernesto Buonaiuti (1881-1946), primero profesor de Historia de la Iglesia en el Seminario del Apollinare y después de 1915 en la Universidad de la Sapienza de Roma, y Romolo Murri (1870-1944), uno de los principales animadores de la Democracia Cristiana.
A diferencia de tantas herejías del pasado, el Modernismo no combatía a la Iglesia desde el exterior, sino que trabajaba desde el interior, alcanzando a influir hasta en ambientes altamente situados. Es siempre San Pío X quien denuncia que: “los autores del error ya no deben buscarse entre los enemigos declarados, sino que, es lo que da una suma pena y temor, se esconden en el mismo seno de la Iglesia“
Una “francmasonería católica”
En el corazón de la corriente modernista, confiriéndole su dinamismo y coordinando sus manifestaciones, había una verdadera secta semi-secreta. El mismo Papa Sarto destacaba que “los modernistas son tanto más perniciosos cuanto menos aparecen”, cuanto más obran “en secreto“.
Le idea de una secta secreta que tramaba desde dentro la destrucción de la Iglesia podrá ciertamente hacer que se levante más de una ceja, casi como se tratase de un mediocre enredo policialesco. Sin embargo, eran los propios modernistas que se jactaban de ello. “Debemos hacer una francmasonería católica“, proponía Antonio Fogazzaro por boca de uno de los personajes de la novela Il Santo,”¿Masonería Católica?¡Sí, Masonería de las Catacumbas!” [7]
El “catolicismo democrático”
Pero los miembros de esta “francmasonería católica“ no eran los únicos que querían reformar la Iglesia. Paralelamente y en conjunto con ellos actuaban también los exponentes de la corriente llamada católico-democrática.
A mediados del siglo XIX, como respuesta a las injusticias causadas por la revolución industrial, había surgido el así llamado “catolicismo social“ que, además, se había dejado influenciar en algunos de sus ambientes por las doctrinas y las posturas de matriz socialista. Del deseo, en si laudable pero demasiado vago y romántico, de ayudar a los pobres se pasó en algunos casos a la profesión de las ideas igualitarias. De la denuncia, a menudo justificada, de la explotación de los obreros por parte de patrones no raramente se pasó al rechazo del sistema liberal capitalista y a una visión de la sociedad de tipo marxista. Este desvío a la izquierda dio origen, hacia fines del siglo XIX, a la corriente conocida como catolicismo democrático.
Desde 1867 existía en Italia la Sociedad de la Juventud Católica Italiana, dirigida por Giovanni Acquaderni. En Junio de 1874 tuvo lugar en Venecia un congreso católico que terminó creando un movimiento a nivel nacional. Esto se concretó un año después en el congreso de Florencia, del cual brotó la Obra de los Congresos y de los Comités Católicos en Italia. La presidencia fue confiada inicialmente al mismo Acquaderni.
Algún tiempo después, sin embargo, comenzaron a manifestarse los primeros roces. Los jóvenes líderes en ascensión dentro de la Obra representaban una orientación bastante diversa, afín con las nuevas ideas. Algunos sectores de la Obra comenzaron a manifestar una fuerte infiltración modernista y católico-democrática. En 1891, los sectores más radicales influenciados por Romolo Murri fundaron los “grupos democráticos“ ubicados tan a la izquierda como para querer abandonar la etiqueta “democrática“ sustituyéndola con la de “socialista“. [8] La corriente murriana brotó en el 19° Congreso nacional de la Obra realizado en Bolonia en 1903 y la vieja guardia salió derrotada.
Roma condena, los modernistas se esconden
Profundamente descontento por el éxito del congreso y, de modo general, por la forma que habían tomado algunos sectores de la Obra, en Diciembre de 1903 San Pío X publicó el motu proprio Fin dalla prima, en el cual delineaba una “normativa fundamental para la acción social de los católicos“, en contraste neto con las ideas católico-democráticas. Frente a la posición obstinada de estos sectores de la Obra, ahora reforzado por la corriente murriana, al año siguiente se separaron oficialmente de la asociación, dejando abierta solamente la Sesión guiada por el conde Medolago-Albani. [9]
Los “cristianos democráticos“ respondieron de modo insolente convocando un congreso en Bolonia, donde fue fundada la Liga Democrática Nacional, de inspiración socialista. Para aclarar de una vez por todas la situación, San Pío X publicó entonces la encíclica Il fermo proposito, en la cual condenaba la corriente cristiano democrática. Don Murri fue primero suspendido a divinis y, después, excomulgado. Abandonando la sotana, se casó en 1912.
La audacia de los modernistas provocó una respuesta análoga del Pontífice. Después de repetidas e inútiles advertencias “recordemos particularmente la encíclica Pieni l”animo (1906) y la Alocución consistorial del 17 de Abril de 1907- San Pío X fue obligado a condenar el Modernismo con el decreto Lamentabile sane exitu (Julio de 1907) y la encíclica Pascendi Dominici gregis (Septiembre de 1907), en la cual lo define como “síntesis de todas las herejías“. En el texto latino original, la acusación suena aún más fuerte: “omnium haeresum collectaneum“, la cloaca donde desembocan todas las herejías.
Condenados de este modo, ¿los modernistas se someterían? De ningún modo. Habituados a trabajar en la semi-clandestinidad, se enmascararon aún más. “Os aconsejo que no os liguéis con un vínculo sensible“, aconsejaba Fogazzaro. “Podéis navegar seguros bajo el agua como los peces cautos, pero pensad que el ojo agudo del Sumo Pescador o vice-Pescador os puede descubrir fácilmente y cogeros con un golpe de arpón. Ahora yo no aconsejaré nunca a los peces más finos, más sabrosos, más buscados, de congregarse. Uds. pueden comprender qué puede suceder cuando uno es cogido y sacado fuera. Y, uds. lo saben bien, el gran Pescador de Galilea ponía los pescaditos en su vivero, pero el gran Pescador de Roma los fríe“.[10]
Pero el “ojo agudo del Sumo Pescador“ vigilaba. En el motu proprio Sacrorum Antistitum (1910), S. Pío X denunciaba que los modernistas se estaban reagrupando en una “liga clandestina“ (clandestinum foedus), advirtiendo además que ellos “no han abandonado su designio de perturbar la paz de la Iglesia“ [11]
Resurge el neo-modernismo
En los años sucesivos, de las tenebrosas sinuosidades de esta liga clandestina, la chusma modernista llevó adelante el “trabajo silencioso y secreto“ propuesto por George Tyrell, estableciendo así los fundamentos de lo que Pío XII después llamará Nouvelle Théologie, sucesivamente condenada en varios documentos, especialmente en la encíclica Humani generis. (1950) [12]
Esta es la fuente contaminada de la mayor parte de los errores teológicos contemporáneos.
”Obligados a una especie de vida clandestina“, explica Albert Besnard, O.P., “los modernistas continuaron a obrar de modo secreto, inspirando sucesivamente a la mayor parte de las contestaciones religiosas que hoy vemos en la Iglesia“. [13] Don Germano Pattaro, del Seminario Patriarcal de Venecia, precisa igualmente que: “el cambio de perspectiva se operó dolorosa y trágicamente con el modernismo que fue retomado y repropuesto en la Nouvelle Théologie“.[14]
En el ínterin, sin embargo, intervino un factor que podría haber cambiado substancialmente la situación. Además de la facundia de sus mentores, lo que había llevado a la ruina a la secta modernista fue su escasa influencia sobre la opinión pública. El modernismo permaneció como un fenómeno de élites intelectuales y, al comienzo, hasta los nuevos teólogos padecieron con esta situación. Les faltaba un movimiento de masas que permitiese la difusión masiva de las nuevas ideas. La ocasión se presentó a fines de los años “20.
La Acción Católica
En los años “20 el Papa Pío XI emprendió la reorganización de los laicos, dando vida a la moderna Acción Católica, siguiendo un esquema que fue reproducido después en todo el mundo. En la intención del Sumo Pontífice, la AC debería constituir un vasto movimiento apto para coordinar el empeño apostólico de los seglares, bajo la guía de la Jerarquía. [15] De ahí la definición: participación de los laicos en el apostolado jerárquico de la Iglesia.
Desgraciadamente, casi desde el comienzo existió dentro de la nueva asociación una conspicua presencia de la corriente católico-democrática y de la neo-modernista. Inspirados en pensadores como Jacques Maritain (1882-1972) y Emanuel Mounier (1904-1950), así como de teólogos como Marie-Dominique Cheng (1895-1989) y Henri de Lubac (1896-1991), núcleos de activistas se introdujeron en algunos sectores de la Acción Católica, sirviéndose de ella para la difusión de sus errores y empujándola en una dirección opuesta a la querida por el Pontífice.
Los años “30, como dice el historiador Adrien Dansette, “señalaron un decisivo cambio de dirección en el catolicismo“.[16] Fue su principal protagonista la Acción Católica, por medio de sus sectores más dinámicos que, según el caso, eran los que más sufrían esta infiltración. El cambio de dirección se realizó de dos modos.
Primeramente, las antiguas asociaciones católicas, fieles a la orientación de San Pío X, fueron absorbidas y por lo tanto neutralizadas, utilizando métodos más bien ambiguos. Refiriéndose, por ejemplo, al modo por el cual la AC fue introducida en Estados Unidos, el padre Andrew Geeley, un protagonista del hecho, revela que “fueron fundadas nuevas asociaciones, las antiguas fueron infiltradas y reorganizadas“.[17]
Por otra parte, muchos de los militantes sufrieron un proceso que podríamos llamar de trasbordo ideológico, llevando a desmantelar su mentalidad tradicional sustituyéndola por las nuevas ideas e induciendo a los más radicales a asumir posiciones francamente revolucionarias.
El desvío izquierdizante dentro de la AC no fue uniforme en todos sus sectores, ni se manifestó de modo igualmente virulento en todos los países. Es innegable, por ejemplo, que el liderazgo de Luigi Gedda, apoyado por Pío XII, frenó esta infiltración en sectores de la AC italiana. [18]
Pero desgraciadamente no fue así en todas partes. En Francia, posiblemente la principal fábrica de las nuevas ideas, el desvío fue tan grave que indujo a sectores enteros de la AC a adherir al socialismo y aún al comunismo. [19] Cuando, a comienzos de los años “70, fue fundado en Francia Cristianos por el Socialismo, cinco grupos de AC adhirieron a ellos en bloque.
El caso de la Acción Católica brasileña constituye en la especie un ejemplo paradigmático. El desvío era visible sobre todo en la JUC (Juventud Universitaria Católica). Inspirándose en Maritain, Mounier, Teihlhard de Chardin y otros pensadores, en su mayoría franceses, la JUC “tomó una tonalidad siempre más socialista“, como lo explica Luiz Alberto Gómez de Souza. [20] En 1959 la JUC saludó con entusiasmo la revolución comunista de Fidel Castro. De la JUC nació la Acção Popular (Acción Popular), que en 1962 de define como “socialista“ y en 1972 se transforma en la Acção Popular Marxista-Leninista, terminando por ser incorporada al Partido Comunista. Algunos militantes de la AC llegaron a participar de la lucha armada en los años de plomo.
De la izquierda de la Acción Católica nace la teología de la liberación
En el campo teológico, el hundimiento no fue menos llamativo. Para dar un ejemplo, la famosa teología de la liberación nació en este ambiente de la Acción Católica latinoamericana. Gustavo Gutiérrez, considerado el “padre fundador“ de la corriente, era capellán de la UNEC (Unión Nacional de los Estudiantes Católicos), el equivalente peruano de la JUC. El “obispo rojo”, D. Helder Cámara, era entonces el capellán de la AC. El P. Ronaldo Muñoz, mentor de los Cristianos para el Socialismo, era líder de la JUC chilena. Fray Betto, actualmente miembro del gobierno Lula, era presidente de la JEC (Juventud Estudiantil Católica). El elenco podría continuar casi ad infinitum. Es necesario notar que la primera editora de los libros de la teología de la liberación fue MIEC-JECI (Movimiento Internacional Estudiantil Católico “ Juventud Estudiantil Católica Internacional), emanación de la AC.
El teólogo de la liberación Pablo Richard afirma claramente que: “la JUC de los años 1960 vivía ya la efervescencia del cristianismo revolucionario“ que habría dado vida a esta corriente. [21] Más explícito, Luiz Alberto Gómez de Souza explica que “fue en Brasil, y más concretamente en la Acción Católica, que comenzaron a tomar forma las instituciones que luego darían origen a la teología de la liberación“. [22]
Recapitulando el proceso, el historiador Samuel Silva Gotay afirma que la teología de la liberación “salió de la radicalización de las doctrinas y de la práctica del catolicismo social del paso del catolicismo social al cristianismo revolucionario“.[23]
La infiltración denunciada por Plinio Corrêa de Oliveira en el ahora lejano 1943 había desgraciadamente alcanzado su objetivo.
(Artículo traducido de la revista: Tradizione, Famiglia, Proprietà , Mayo 2003, Año 9 N° 2, Roma)
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[1] Citado en E. Riviére, “Modernismo”, Dictionnaire de Théologie Catholique, Vol. CC, col. 2042.
[2] Alfred Loisy, Simples Réflexions sur le Decret du Saint Office Lamentabili Sane Exitu, et sur l”Encyclique Pascendi Dominici Gregis, p. 13, in Arthur Vermeersch, “Modernism”, Catholic Encyclopedi, Caxton Publishing, Londres, 1911, Vol. X, pág. 416.
[3] In Vicente Maumus, Les Modernistas, Beauchesne, París, 1909, pág. 9.
[4] Carta al P. Marcel Hébert, in Alec Vidler, The Modernist Movement in Roman Church. Its origins and outcome, Gordon Press, New York, 1976, pág. 78.
[5] Carta del 28 de Noviembre de 1907, ibid., pág. 78.
[6] S. Pío X, Pascendi Dominici Gregis, Septiembre de 1907.
[7] Antonio Fogazzaro, Il Santo, Milán, sin Editor, 1907, págs. 44, 48
[8] Luidi Civardi, Compendio di storia dell”Azzione Católica italian, Coletti, Roma, 1956, pág. 54
[9] Para una historia de la Obra, ver Ernesto Vechesi, Il movimento católico in Italia, Società Editrice La Voce, Florencia, 1923.
[10] A. Fogazzaro, Il Santo, pág. 44.
[11] Acta Apostolicae Sedis, 9 de Septiembre de 1910, núm. 17.
[12] Cfr. La encíclica Mystici Corporis Christi (1943) y Mediator Dei (1947) además de las alocuciones a los Padres Jesuitas del 17 de Septiembre de 1946 y a los Padres Dominicanos del 22 de Septiembre.
[13] Albert Besnard, O.P., “Modernismo”, in Les Religions. Les dictionnaries du savoir moderne, de Jean Chevalier., Centre d”Etude et de Promotion de la Lecture, París, 1972, pág. 306.
[14] Germano Pattaro, Curso de Teología del ecumenismo, Brescia, 1985, pág. 344.
[15] Giacomo de Antonellis, Storia dell”Azione Católica,Rizzoli, 1987, págs. 153 y ss.
[16] Adrien Dansette, Destin du catholicisme français 1926-1956, Flammarion, Paris, 1957, pág. 5.
[17] Andrew Geeley, The Catholic Experience, Doubleday & Company, New York, 1967, pág. 257.
[18] Luigi Gedda, 18 de Abril, Memoria inédita del artífice de la derrota del Frente Popular, Mondadori, Milán, 1998.
[19] Cfr. Georges Suffert, Les Catholique el la Gauche, Maspero, París, 1960; Jean-François Kesler, De la gauche dissidente au nouveau Parti Socialista. Les minorités qui ont rénové le P.S., Bibliotéque Historique Privat, Toulouse 1909; A. Latreille, J.R. Palanque, E. Deraruelle, R. Rémond, Histoire du Catholicisme en France, Spes, París, 1962, Vol. III.
[20] Luis Alberto Gómez de Souza, A JUC. Os estudantes católicos e a política, Petrópolis, Editora Vozes, 1984, p. 156.
[21] Ibid., pág., 10.
[22] Ibid., pág. 9.
[23] Samuel Silva Gotay, “Origem e desenvolvimento do pensamento cristão revolucionário a partir da radicalização da doctrina social cristãs nas décadas de 1960 e 1970”, in CEHILA, História da teologia na América Latina, Edições Paulinas, São Paulo, 1981, pág. 139.

Acción Católica Europea

Orígenes de la Acción Católica. Sobre los orígenes de la Acción Católica analizar el artículo La fortuna del Lamennais e prime manifestazioni d'Azione Cattolica in Italia ("Civiltà Cattolica" del 4 de octubre de 1930. Es la primera parte del artículo que se vincula al precedente artículo sobre Cesare d'Azeglio. Su continuación aparece mucho más tarde) [3].
3 En la "Civiltà Cattolica" del 20 de agosto de 1932, con el artículo Il movimento lamennesiano in Italia. (N. de la R.).
La "Civiltà Cattolica" habla de "aquel amplio movimiento de acción y de ideas que se manifestó en Italia como en los otros países católicos de Europa, durante el período transcurrido entre la primera y la segunda revolución (1821-1831); cuando fueron sembrados algunos de aquellos gérmenes (no diremos si buenos o malos) que debían luego dar sus frutos en los tiempos más maduros". Esto significa que el primer movimiento de Acción Católica surgió por la imposibilidad de la Restauración de ser realmente tal, esto es de retrotraer las cosas a los marcos del ancién régime. De la misma manera que el legitimismo, también el catolicismo, desde posiciones integrales y totalitarias en el campo de la cultura y de la política, deviene partido en contraposición a otros partidos y, además, en posición de defensa y conservación, constreñido por lo tanto a hacer muchas concesiones a los adversarios para poder sostenerse. Por otro lado este es el significado de toda la Restauración corno fenómeno europeo de conjunto y en ello consiste su carácter fundamentalmente "liberal".
El artículo de la "Civiltà Cattolica" plantea un problema esencial: si Lamennais está presente en el origen de la Acción Católica, ¿este origen no contiene el germen del posterior catolicismo liberal, germen que desarrollándose de inmediato dará como resultado el Lamennais de la segunda etapa? * Hay que anotar que todas las innovaciones en el seno de la Iglesia cuando no se producen por iniciativa de la dirección, llevan en sí algo de herético [herejía] y terminan por asumir explícitamente este carácter, basta que la dirección reacciona en forma enérgica, trastornando a las fuerzas innovadoras, reabsorbiendo a los vacilantes y excluyendo a los refractarios.
* Felicité-Robert de La Mennais (o Lamennais; 1782-1854), abate, publicista y filósofo francés. Hasta 1826 mantuvo una posición similar a la de los sanfedistas italianos, vale decir fue monárquico y sostenedor intransigente de la completa subordinación a la Iglesia de Roma. Posteriormente se volvió republicano y enemigo del papado, fundando el movimiento social en Francia e influenciando al movimiento análogo surgido en Italia. Es a este período de Lamennais al cual se refiere Gramsci en el texto. (N. del T.).
Es notable que la Iglesia jamás haya desarrollado bastante el sentido de la autocrítica como función central, a pesar de su tan mentada adhesión a las grandes masas de fieles. De allí entonces que las innovaciones hayan sido siempre impuestas y no propuestas y acogidas sólo obtorto collo [doblegando] El desarrollo histórico de la Iglesia se ha producido por fraccionamiento (las diversas compañías religiosas son en realidad fracciones absorbidas y disciplinadas como "órdenes religiosas").
Otro hecho de la Restauración: los gobiernos hacen concesiones a las corrientes liberales a costa de la Iglesia y de sus privilegios, y éste es un elemento que crea la necesidad de un partido de la Iglesia, vale decir de la Acción Católica. El estudio de los orígenes de la Acción Católica conduce así a un estudio del lamennaisismo y de su diversa fortuna y difusión.
Los dos estudios publicados en la "Civiltà Cattolica" de agosto de 1930 sobre Cesare d'Azeglio e gli albori della stampa cattolica in Italia y La fortuna del Lamennais e le prime manifestazioni di Azione Cattolica in Italia, se refieren especialmente al florecimiento de periódicos católicos en varias ciudades italianas durante la Restauración, que tendían a combatir las ideas de la Encyclopédie y de la Revolución francesa, aún perdurables.
En este movimiento intelectual-político se resume el comienzo del neoguelfismo italiano *, el cual no puede, por consiguiente, ser separado de la sociedad de los sanfedistas (parsmagna de estas revistas fue el príncipe de Canosa, que habitaba en Módena, donde era publicada una de las más importantes del grupo). En el catolicismo italiano había dos tendencias principales: 1) una netamente pro-austriaca, que veía la salvación del Papado y de la religión en el gendarme imperial, guardián del statu quo político italiano; 2) otra, sanfedista en sentido estricto, que sostenía la supremacía político-religiosa del Papa ante todo en Italia y que por lo tanto, era adversaria fraudulenta de la hegemonía austriaca en Italia y favorable a un cierto movimiento de independencia nacional (si se puede hablar aquí de nacional). Es a este movimiento que se refiere la "Civiltà Cattolica" cuando polemiza con los liberales del Risorgimento y sostiene el "patriotismo y unitarismo" de los católicos de entonces, ¿pero cuál fue la actitud de los jesuitas? Parece que fueron por sobre todo más pro-austriacos que sanfedistas "independentistas".
* Neoguelfismo: con este nombre se designa a la corriente católica-liberal surgida por el 1830 y que se convirtió posteriormente en un gran movimiento de opinión. Los sanfedistas eran llamados así desde la época de las bandas de la Santa Fe, que bajo las órdenes del cardenal Ruffo, abatieron en 1799 la República Napolitana, y constituían los sectores ultrarreaccionarios. (N. del T.).
Se puede decir por ello que este período preparatorio de la Acción Católica ha tenido su máxima expresión en el neoguelfismo, es decir, en un movimiento de retorno totalitario a la posición política de la Iglesia en el Medioevo, a la supremacía papal. La catástrofe del neoguelfismo en 1848 reduce la Acción Católica a aquello que será desde entonces su función en el mundo moderno: función esencialmente defensiva, no obstante las profecías apocalípticas de los católicos acerca de la catástrofe del liberalismo y del retorno triunfal del dominio de la Iglesia sobre los escombros del Estado liberal y de su antagonista histórico, el socialismo (por consiguiente, abstencionismo clerical y creación del ejército de reserva católico).
En este período de la Restauración el catolicismo militante se comporta diversamente según los Estados; la posición más interesante es la de los sanfedistas piamonteses (J. de Maistre, etc.) que sostenían la hegemonía piamontesa y la función italiana de la monarquía y de la dinastía de los Savoya.

Acción Católica General de Madrid

Los orígenes de la Acción Católica
La fuerza de los acontecimientos ha contribuido a desarrollar una evolución en lo que es concepto básico de la Acción Católica, a saber su cooperación en el apostolado y su vinculación a la jerarquía

1. UNA MOTIVACIÓN DEFENSIVA Los primeros intentos que hace la Iglesia, en los tiempos modernos, para organizar la acción confesional de los laicos tiene lugar a mitad del siglo XIX en los países de la vieja Europa. En estas iniciativas predomina una clara motivación defensiva. Los siguientes puntos programáticos de la asociación de los católicos españoles puede resumir el carácter de este incipiente movimiento laical: - Mantener la unidad católica y defender la libertad de la Iglesia.- Utilizar, para conseguir los fines propuestos, todos los medios que están dentro de las leyes y de la moral católica.- Formar una Junta Superior, radicada en Madrid, con ramificaciones en Juntas Provinciales, de Distrito y Parroquiales.- Bajo la guía de los Prelados diocesanos.- Con la finalidad de "contrarrestar la acción funesta de la impiedad".Tal vez estos primeros intentos de bajar a la arena de lo social y lo político, donde se juega el futuro de la iglesia y del hombre, hayan marcado la orientación primordial que más tarde ha definido el campo del apostolado de los laicos en torno a lo secular: la "consecratio mundi" o el aspecto temporal-sacramental del Reino de Dios, que hoy es doctrina común. Con el paso del tiempo y de los acontecimientos y con la clarificación que ha experimentado esta doctrina se han modificado profundamente las motivaciones, los modos de presencia y la comprensión de lo social-político y de la acción apostólica.Esto ha ayudado a plantear con mayor nitidez las relaciones entre el anuncio evangelizador y la transformación de las estructuras mundanas. Podemos concluir que estos comienzos son el punto de arranque de una largo trayecto que va desde la defensa a la acción transformadora.2. ACCIÓN CATÓLICA: EXPRESIÓN INDETERMINADA La Acción Católica surge en este contexto con una gran indeterminación, en lo que se refiere a la definición de sus componentes. En un primer momento tanto se utiliza la expresión Acción Católica para designar a la Junta Central de la Obra de los Congresos, como a la acción organizada de los católicos en una amplia variedad de asociaciones, o a una organización principal ("ordinatio princeps", según la conocida expresión de Pío XI y Pío XII) o "vía maestra" del multiforme apostolado asociado y "forma singular de ministerialidad laical" (Pablo VI y Juan Pablo II) que poco a poco adquirirá fisonomía propia hasta cuajar en las cuatro notas ya clásicas.Durante los pontificados de Pío IX, Pío X e incluso Pío XI se mantiene la indeterminación. La denominación Acción Católica oscilaba entre el apostolado de los seglares en general y designar una asociación concreta con características peculiares.Todavía en tiempos de Pío XII hubo una posibilidad de ampliar la denominación de Acción Católica, con una visión más comprensiva, a un conjunto más amplio de asociaciones e iniciativas del apostolado seglar, pero las circunstancias históricas que vamos a explicar habían hecho su labor y la denominación Acción Católica tuvo ya definitivamente el marchamo de unas asociaciones concretas y determinadas.3. HACIA UN NUEVO CONCEPTO: "PARTICIPACIÓN EN EL APOSTOLADO JERÁRQUICO" Es con Pío XI cuando se formula un nuevo concepto de la Acción Católica. Hasta entonces todavía se describe el campo de actuación de la Acción Católica en los amplios términos que recoge la nota 23. Pero la revolución fascista impone en Italia la unicidad de organizaciones y su absoluto control por el Partido y el Gobierno. En 1926 y 1927 el fascismo disuelve las organizaciones especializadas de la Acción Católica Italiana: scultismo, asociaciones deportivas, universitarias, etc., y en 1931 Mussolini se atreve a disolver las Juventudes de Acción Católica, provocando la reacción de Pío XI. Por fin, el 3 de septiembre de 1931 se llega a un acuerdo, al que se debe el Estatuto de 30 de diciembre de 1931 y que reduce el campo de actuación de la Acción Católica a lo estrictamente religioso y parroquial, como ocurrirá más tarde bajo el nazismo, que trató de recluir la actividad eclesial en el recinto interno de la Parroquia.¿Qué había pasado? Pío XI, para salvar un mínimo de apostolado seglar, único posible en la Italia fascista, afirma en el Estatuto de 1931 que la Acción Católica no tiene más que el fin religioso de la Iglesia, identificándole así con el fin propio de la jerarquía. Tácticamente se ve obligado a vincular, de la manera más estrecha posible, el apostolado seglar al propio apostolado de la jerarquía, porque espera que el fascismo no se atreverá contra el apostolado jerárquico, ni osará tocar a la "niña de sus ojos".De este planteamiento estrecho del apostolado, obligado por la situación política y que minimiza el pensamiento de Pío X y del mismo Pío XI, nace la célebre fórmula definitoria de la Acción Católica como participación en el apostolado jerárquico. Esta fórmula, tomada a la letra por canonistas y tratadistas teóricos, originará una interpretación de la esencia de la Acción Católica que no tiene justificación seria, fuera de la anécdota histórica que hemos explicado.Pero el Estatuto italiano de 1931, Estatuto de circunstancias y minimizador, será el que inspire las Bases españolas para la Acción Católica, de 1932, y lo que es peor, el que inspire la teoría sobre la Acción Católica en los tratadistas de aquella época, como acabamos de señalar.4. HACIA LA "COOPERACIÓN CON LA JERARQUÍA EN EL APOSTOLADO" Ya es hora de caer en la cuenta de cómo la fuerza de los acontecimientos ha contribuido a desarrollar una evolución en lo que es concepto básico de la Acción Católica, a saber su cooperación en el apostolado y su vinculación a la jerarquía.El Vaticano II no habla de "participación en el apostolado jerárquico", sino de que "el fin inmediato de estas asociaciones es el fin apostólico de la Iglesia" y de "cooperación (en el apostolado), según el modo que les es propio, con la jerarquía". En otro lugar habla de "acción y directa cooperación con el apostolado jerárquico".La expresión de la cuarta nota "actúan bajo la superior dirección de la misma jerarquía" es necesario leerla en relación con otras dos: la que sanciona la original seglaridad de la Acción Católica (nota 2) y la que indica que en estas organizaciones la jerarquía "asume una responsabilidad especial, [...].las asocia más estrechamente a su propia misión apostólica, [...] sin privar por eso a los seglares de su necesaria facultad de obrar espontáneamente". A estas alturas, la famosa expresión "manus longa", aplicada a la Acción Católica, ha quedado neutralizada y ha caído en desuso.

Sociedad de la Juventud Católica Italiana 1867 por Pio IX

VlSION HISTORICA DE LA ACCION CATOLICA
OBJETIVO: Dar una visión histórica del nacimiento y desarrollo de la A.C.
1. ORIGEN DE LA ACCION CATOLICA UNIVERSAL
Todavía no se escribe la historia universal de la Acción Católica. Cada país tiene su propia experiencia.
El desarrollo histórico de la Acción Católica en el mundo va ligado a la evolución del apostolado y del concepto "acción católica", según el pensamiento de los papas. Los períodos pontificios pueden servir de guía para establecer algunos antecedentes del origen de la Acción Católica.
1846-1878
Pío IX
promueve en el apostolado la idea de "unión de los católicos" para ir coordinando los esfuerzos de todos los seglares.
1878-1903
León XIII
subraya la obligación del apostolado. Pide que se realice bajo la dirección de la Jerarquía y que su acción se promueva entre el pueblo; utiliza la expresión " ‘ católica.
1903-1914
Pío X busca la reunión de todas las obras seglares en un sólo movimiento que llama Acción Católica".
1914-1922
Benedicto XV propone y realiza la Acción Católica en forma unitaria, creando las juntas directivas en los planos diocesanos para imprimir cohesión a los grupos parroquiales. Señala con claridad el carácter apostólico eclesial de la Acción Católica para distinguirlo del de otras instituciones de carácter meramente temporal".
Esta evolución del pensamiento de la Acción Católica y las varias formas organizativas de la Acción Católica Italiana, creadas bajo la inspiración de los distintos pontífices, influyeron en las líneas programáticas, en la estructura del apostolado de cada país y, en concreto, sobre la Acción Católica.
1922-1939

Pío XI da el impulso definitivo a la Acción Católica mediante el magisterio que llega a todo el mundo. La define como "la participación y colaboración de los seglares en el apostolado jerárquico de la Iglesia. Urgió la necesidad de la Acción Católica; afirmó su obligatoriedad y la propuso como parte integrante de la pastoral.
Llegó a calificarla como "la Asociación Oficial del apostolado seglar.

A principios del siglo XX existían en México diversas organizaciones apostólicas de laicos: Congregaciones Marianas, Adoración Nocturna, Caballeros de Colón, Sociedades de San Vicente de Paul, Voluntarias Vicentinas, y Ordenes Terceras entre las principales.
En 1912 se funda la Unión de Damas Católicas (UDC).

ASOCIACIÓN DE LA ACCIÓN CATÓLICA

Es una de las modalidades modernas del apostolado (v.) de los laicos (v.) en forma asociada en la Iglesia; apostolado, cuya figura, en forma de una peculiar colaboración con las tareas de la Jerarquía eclesiástica y, por tanto, en una estrecha y específica dependencia de la misma, cobró especial relieve a comienzos del s. XX. Del papa Pío XII son las siguientes palabras: «La colaboración de los seglares en el apostolado jerárquico aparece provechosa y reconocida, ya desde la aurora del cristianismo, en la primitiva predicación apostólica; si este cooperante apostolado ha tomado a través de los siglos en la historia de la Iglesia los más variados aspectos de agregación..., según las circunstancias de los tiempos, esta forma nobilísima de colaboración, que constituye la Acción Católica Italiana que ha venido desarrollándose bajo los pontificados de Pío IX, León XIII, Pío X y Benedicto XV, recibió de la gran mente y del gran corazón de Pío XI su más vigoroso impulso y su ordenamiento orgánico» (Colección de Encíclicas y Documentos pontificios, 7 ed. Madrid 1967, 1996).
Apostolado en general. El ingreso en la Iglesia se realiza por el Bautismo (v.; lo 3, 5; 1 Cor 12). El que recibe este sacramento se hace cristiano, y, por tanto, sujeto de derechos y deberes en la Iglesia, obtiene la ciudadanía en esta sociedad religiosa (que otorga beneficios e impone obligaciones en favor de los demás conciudadanos). Al recibir, por medio del Bautismo y de los demás sacramentos, la gracia de Dios y desarrollarse la fe, esperanza y caridad, surge la obligación de ayudar al bien espiritual, a la formación religiosa, etc., de los demás. Además, el derecho a recibir y la obligación correlativa de servir advierte S. Tomás es consecuencia natural de toda ciudadanía: «Al hombre le es natural vivir en sociedad, para recibir unos la ayuda de los otros» (De reg. princ., lib. I, c. I; S. Th. 22, q3132; Q. de carit., 2, 4ad2). Los cristianos en la Iglesia no son únicamente sujeto pasivo o receptor de los beneficios espirituales que mediante ella se reparten, sino que están también obligados a trabajar activamente en pro de los demás. El Conc. Vaticano II recalcó mucho esta doctrina: «... el apostolado de los laicos es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al que todos están destinados por el Señor mismo, en virtud del Bautismo y de la Confirmación» (const. Lumen gentium, n. 33). «La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado» (Decreto sobre el apostolado de los seglares, 2). Para todo esta, más ampliamente, v. LAICOS; APOSTOLADO III; IGLESIA III, 3.
Apostolado colectivo (asociado). Siendo el campo apostólico inmenso y de facetas tan variadas, es conveniente unificar fuerzas, concentrar gran número de cristianos en agrupaciones diversas, según su edad, sexo, profesión, etc., o según los fines concretos o misión determinada que en cada caso se persiga. Atendiendo a las necesidades de los tiempos y a las distintas aptitudes y vocación de cada uno, la Iglesia ha alentado siempre no sólo una variedad de institutos religiosos (v.) sino una armónica diversidad de asociaciones de seglares. Ciertamente, «cada cristiano está llamado a ejercer el apostolado individual en las variadas circunstancias de su vida; recuerde, sin embargo, que el hombre es social por naturaleza y que Dios ha querido unir a los creyentes en Cristo en el pueblo de Dios y en un solo cuerpo. Por consiguiente, el apostolado organizado responde adecuadamente a las exigencias humanas y cristianas de los fieles y es al mismo tiempo signo de la comunión en Cristo. Por esto, los cristianos han de ejercer el apostolado aunando sus esfuerzos» (Decreto sobre el apostolado de los seglares, 18). El mismo Vaticano II remarca también: «El apostolado que debe realizar cada uno individualmente y que fluye con abundancia de la fuente de la vida auténticamente cristiana (cfr. lo 4, 14) es el principió y condición de todo apostolado seglar, incluso del asociado, y nada puede sustituirlo» (ib. 16). Para un estudio de todo esto, con más amplitud, v. LAICOS I, 6; APOSTOLADO IV; ASOCIACIONES V.
El caso es que, a través de la historia, la Jerarquía eclesiástica ha aprobado, confirmado o reconocido gran variedad de asociaciones nacidas en general de la iniciativa de cristianos particulares. «Muchas son las formas de apostolado con que los seglares edifican a la Iglesia y santifican el mundo, animándolo en Cristo», recuerda el Vaticano II (ib. 16), y más adelante añade: «Es grande la variedad existente en las asociaciones de apostolado» (ib. 19). Una de ellas es la A. C.: «Desde hace algunos decenios, en muchas naciones, los laicos entregándose cada día más al apostolado se unieron en diversas formas de acción y de asociaciones, que, manteniendo una estrecha vinculación con la Jerarquía, perseguían y persiguen fines propiamente apostólicos. Entre estas instituciones y otras semejantes más antiguas, hay que recordar sobre todo las que siguiendo diversos modos de actuación dieron, sin embargo, frutos ubérrimos para el Reino de Cristo y fueron recomendadas y promovidas con razón por los Romanos Pontífices y muchos Obispos, recibieron de ellos el nombre de Acción Católica y fueron definidas con mucha frecuencia como cooperación de los laicos en el apostolado jerárquico» (ib. 20).
La Acción Católica y su definición. Esta organización eclesiástica de apostolado seglar fue madurando poco a poco, con precedentes en varias naciones de Europa desde mediados del s. XIX, teniendo su primera manifestación oficial en 1863 en el Congreso Internacional de Malinas. Fue evolucionando en años posteriores, hasta recibir su estructura orgánica definitiva de Pío XI, a quien se ha llamado «el Papa de la Acción Católica».
Se hizo clásica la definición atribuida a Pío XI: «La participación de los seglares en el apostolado jerárquico de la Iglesia». No pocos comentaristas han querido ver en ella una definición «puramente teológica», «de trascendencia incalculable», «de una densidad teológica inigualable hasta el presente», «ajustada a los mejores cánones de la lógica», etc. Como la dialéctica exige que toda definición bien hecha incluya el género próximo y la diferencia específica, deben hallarse ambos elementos en la A. C. El género próximo (igual para todas las asociaciones de seglares con finalidad apostólica) estaría en las palabras: «participación de los seglares en el apostolado». La diferencia específica (por la que se diferenciaría de las demás organizaciones de objetivo paralelo) se significaría precisamente por el adjetivo «jerárquico», en cuanto califica al sustantivo «apostolado» que le precede en la definición. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que, según los mismos Papas, también «muchas de las asociaciones apostólicas que no pueden llamarse con exactitud Acción Católica colaboran o participan en el apostolado jerárquico» (Pío XI, 30 mayo 1930). Y sobre todo, la palabra «participación» puede ser equívoca, poniendo en peligro un principio constitucional inmutable de la Iglesia: las acciones jerárquicas sólo pueden fluir de la jerarquía. Hubo, en efecto, quienes afirmaron que el apostolado de la A. C. es el mismo apostolado auténtico de los Doce, que la jerarquía comunica los poderes jurisdiccionales de carácter magisterial a la A. C., etc.; y, como nadie puede dar lo que no tiene, resultaría preciso hacer entrar de alguna manera a los seglares en la jerarquía eclesiástica para que su apostolado pueda ser jerárquico.
Se comprende que Pío XII, al aprobar en 1946 los Estatutos de la A. C. italiana, para evitar torcidas interpretaciones, sustituyese definitivamente la palabra «participación» por la de «colaboración» o «cooperación». El Vaticano II mantuvo este mismo criterio, como hemos visto en el texto antes citado (Decr. Apost. seglares, 20).Así, pues, la A. C. tiene por objeto colaborar con la Jerarquía eclesiástica en la consecución de los fines apostólicos que, dentro de la misión y fin general de la Iglesia, han sido encomendados por ley divina a ella. De lo cual fluye la necesidad imperiosa para dicha asociación de mantenerse en una especial subordinación y coordinación, directa e inmediata, a la Jerarquía eclesiástica. «La Acción Católica advierte Pío XI perdería inmediatamente toda su razón de ser si, aunque fuera por un sólo instante, se relajara este vínculo esencial que la une con la jerarquía» (19 abr. 1931). «Cae de su propio peso añade Pío XII el 14 oct. 1951 que el apostolado de los seglares está subordinado a la jerarquía eclesiástica; ésta es de institución divina; aquél no puede, por tanto, ser independiente en relación con ella. Pensar de otra manera sería minar por la base el muro sobre el que Cristo mismo ha edificado su Iglesia» (Colección de Encíclicas..., 2071). El Vaticano II completó y precisó estas enseñanzas al tratar del orden que debe observarse en las distintas formas de apostolado (v.) y sus diversas relaciones con la Jerarquía (v.) (Decr. sobre apost. seglares, n. 24).
Organización. Hemos dicho que la A. C. es una organización nueva, nacida y desarrollada durante los últimos 100 años. Le precedieron otras muchas asociaciones a través de los siglos, que prosiguen coexistiendo con ella; además, su existencia es perfectamente compatible con otras asociaciones de fieles que van surgiendo con posterioridad a la misma. Al decir que es una entre muchas asociaciones eclesiásticas de seglares, no pretendemos con ello minimizar su importancia real; hablando de ella, los Papas han declarado que se trata de una forma nobilísima de colaboración, que responde a las nuevas necesidades, palestra eficaz en la fortaleza cristiana, etc. Pero se trata de una especie concreta y diferenciada de asociación eclesiástica de laicos, con una naturaleza legal específica.
Las líneas generales de su organización son éstas: existen cuatro organizaciones típicas de hombres, mujeres, juventudes masculinas y femeninas. Todas ellas se subdividen, en ocasiones, en otras agrupaciones según la edad, condición social o grado intelectual. Aunque se trata de organismos seglares, procuran adaptarse a la jerarquía, cuyos auxiliares son, formando, agrupaciones parroquiales, diocesanas y nacionales. Tienen sus dirigentes seglares, que las gobiernan en la prosecución de sus fines inmediatos y específicos. Para más detalle, véanse los Estatutos de la A. C. en cualquier país.
Esta organización específica, adoptada en la mayor parte del mundo, no es enteramente válida para algunas naciones. En determinados países la A. C. es la entidad que resulta de aglutinar muchas asociaciones eclesiásticas distintas de seglares, las cuales conservan su ser propio al mismo tiempo que se agrupan y llegan a constituir una entidad federativa. Ésta posee un reglamento común para todas, como A. C. que es; pero al mismo tiempo cada miembro federado conserva sus estatutos particulares. La forma federativa no ha sido bien vista por los teorizantes de la A. C. de las naciones donde está implantada la organización específica, que son las que primero secundaron las orientaciones de Pío XI. Sin embargo, Pío XII, en 5 oct. 1957, creyó oportuno salir en defensa de los países que aGoptan la característica federativa e incluso abrió un interrogante sobre la conveniencia de que se extendiera al resto del mundo. He aquí sus palabras: «... reina en la actualidad un lamentable equívoco ampliamente extendido, que tendría su origen, sobre todo, en el uso del vocablo Acción Católica. Este término, en efecto, parecería reservado a ciertos tipos determinados de apostolado seglar organizado, para los cuales crea, ante la opinión, una especie de monopolio... La consecuencia parecería ser que una forma particular de apostolado seglar, es decir, la Acción Católica, triunfa en perjuicio de las otras, y que se asiste al predominio de la especie por el género. Más aún, prácticamente se les concedería la exclusiva, cerrando las diócesis a aquellos movimientos apostólicos que no llevasen la etiqueta de la Acción Católica. Para resolver esta dificultad se piensa en dos formas prácticas: una de terminología y, como corolario, otra de estructura. En primer lugar, sería necesario devolver al término Acción Católica su sentido general y aplicarlo únicamente al conjunto de movimientos apostólicos seglares organizados y reconocidos como tales, nacional e internacionalmente, ya sea por los obispos en el ámbito nacional, o por la Santa Sede en cuanto a los movimientos que aspiran a ser internacionales. Bastaría, pues, que cada movimiento particular fuera designado por su nombre y caracterizado por su forma específica y no según el género común. La reforma de estructura seguiría a la fijación de los términos. Todos los grupos pertenecerían a la Acción Católica y conservarían su nombre y su autonomía, pero todos ellos juntos formarían como Acción Católica, una unidad federativa» (Colección de Encíclicas..., 2138). El Vaticano II aceptó casi plenamente este proyecto, ya que deja en libertad para adoptar una fórmula u otra; pero fija de manera concreta las notas mínimas que deben reunir todas las asociaciones federables para que puedan ser y llamarse A. C. (Decreto sobre el apostolado de los seglares, n. 20).
Naturaleza jurídica. Todas las asociaciones de seglares creadas por la Iglesia reciben una naturaleza jurídica determinada, a tenor del Derecho vigente en esta sociedad religiosa. El CIC ofrece variados cauces para acoger a estas distintas organizaciones. ¿Cuál es el molde jurídico en el que debe encuadrarse la A. C.? Dijimos que esta organización del apostolado seglar es muy reciente, y que recibió de Pío XI el ordenamiento orgánico definitivo; por aquellas fechas ya hacía años que estaba promulgado el CIC y, por consiguiente, nada concreto se podía haber dicho en él de semejante entidad. Este obligado silencio del Código dio pie para que los tratadistas se inclinasen por diferentes soluciones. Hay quienes creen que nos hallamos ante una especie totalmente nueva de asociación eclesiástica de seglares; otros piensan que seguimos obligados, hoy por hoy, a encajarla en alguna de las variadas y dispares figuras jurídicas que ofrece la legislación del Código.
a) Los que piensan que se trata de algo totalmente nuevo, están a la espera de la futura legislación de la Iglesia, para ver lo que se determina sobre el particular. Semejante actitud, muy cómoda pero negativa, dejaría a la A. C. en la condición de organización de hecho, sin existencia legal alguna. La esperanza de lo que ha de venir algún día no soluciona nada para una realidad existente y operante.
b) Quienes buscan un lugar apropiado para la A. C. dentro del Código actual ofrecen variadísimas soluciones. Pérez Mier (En torno a la posición jurídica de la Acción Católica, «Ecclesia», 38, 40, 47) dice que la figura canónica de la que actualmente debiera tomar la A. C. sus bases jurídicas es la estudiada en los can. 14891494; o sea, debe erigirse y actuar como instituto eclesiástico no colegiado. Juan Hervás (jerarquía y Acción Católica a la luz del Derecho, I, 8182) cree que el tipo jurídico que le viene a la medida es el de las instituciones corporativas; por consiguiente, al aspecto preponderante de institución hay que añadir cierta estructura corporativa. Blanco Nájera (El Código de Derecho canónico, I, 511) y Ramón Ortiz (Agao Catolica no Direito Eclesiastico, III, can. 23, p. 4659) aceptan las líneas fundamentales señaladas en los can. 682683 para dar a la A. C. el carácter genérico de asociación, aunque después pretenden que se distinga específicamente de las tres figuras canónicas tradicionales (Órdenes Terceras, Cofradías y Pías Uniones), inventando para ella una cuarta especie de matiz institucional. Sáez Goyenechea (Lecciones esquemáticas de Acción Católica, Par. I, c. 4, 3437; c. 3, p. 23) viene a concluir que a la A. C. no se le puede dar el carácter restrictivo de asociación; pero que se le debe atribuir indiferentemente ya la naturaleza de institución corporativa, ya la de corporación institucional. Zacarías de Vizcarra (Curso de Acción Católica. Par. 1. c. 5, n. 4950) difiere profundamente de los anteriores y dice que la A. C. es un servicio público creado permanentemente en la Iglesia, de naturaleza similar a los regulados por el Código al tratar de los oficios eclesiásticos (v.) en su lib. Il.
c) Nosotros pensamos que, mientras la Iglesia no promulgue una nueva Ley para la A. C., estamos obligados a buscarle el lugar más apropiado en la actual legislación; de lo contrario carecería de existencia legal en el mecanismo presente de la sociedad eclesiástica. Mientras el Papa no disponga otra cosa, tenemos que partir de la existencia de esta realidad concreta y esforzarnos en situarla en su lugar legal apropiado. Las características que hoy tiene la A. C. son perfectamente compatibles con las normas legales creadas para las entidades corporativas que el Código llama asociaciones eclesiásticas. Y la disciplina canónica que regula la especie concreta de las pías uniones constituidas a modo de cuerpo orgánico es aplicable por entero a esta nueva organización del apostolado seglar. Creemos haber probado ya amplia y decisivamente esta tesis en varias de nuestras obras, a las que remitimos (cfr. bibl.).
La Acción Católica Española. España no permanecio al margen de los movimientos europeos que con el tiempo cristalizarían en la A. C.; y sus principales promotores fueron los arzobispos de Toledo, como cardenales Primados de España. Las primeras tentativas se deben al cardenal Moreno, a principio de 1881, con sus Bases Constitutivas de la Unión de los católicos de España. León XIII nombró 22 abr. 1903 al card. Sancha y sus sucesores para el cargo de director pontificio de la A. C. Ésta fue madurando con los cards. Aguirre, Guisasola, Almaraz y Reig; su más fuerte vigor lo adquirió en tiempos de los cards. Segura (v.), Gomá (v.) y Pla y Deniel (v.). Las «Bases» y «Reglamentos» de este último Primado fueron sustituidos por los Estatutos de la Acción Católica Española, aprobados el 29 nov. 1967 por la VI Asamblea de la Conferencia Episcopal Española, siendo obispo consiliario nacional de la A. C. mons. Guerra Campos.
V. t.: ASOCIACIONES V; APOSTOLADO; LAICOS.
A. ALONSO LOSO.
BIBL.: Además de la citada en el texto, cfr.: A. ALONso Loso, Qué es y qué no es la Acción Católica, par. 111, 179249; ID, Laicología y Acción Católica, par. 111, 287435; ID, Comentarios al Código de Derecho canónico, vol. II, 4254; v. t. la bibI. de ASOCIACIONES V.